ROMA: EL INFIERNO ANTES DEL JUBILEO (Y DESPUÉS)
La Piazza Navona en Roma
Los preparativos del año santo de 2025 desquician una ciudad llena de obras, abarrotada de turistas y más hostil y prohibitiva que nunca, asumiéndose que van a visitarla el 2025 más de 50 millones de personas
Por Rubén Amón Delgado*
Cualquier ocasión es propicia para visitar Roma. La propia originalidad de la capital italiana la convierte en irresistible, pero los preparativos del gran jubileo de 2025 y el jubileo mismo predisponen un periodo de cuarentena y de extremismos que convierten la experiencia en una gincana frustrante. Las obras a cielo abierto proliferan tanto como los monumentos recubiertos de andamiajes. El turismo se mide en hordas. Los coches abarrotan el centro. Impresiona la suciedad. Y se reducen a la mínima expresión los espacios “secretos” que antaño consentían pasear por la ciudad sin la intimidación de los grupos masivos.
Tanto los hoteles como los apartamentos han multiplicado los precios a extremos desconocidos, precisamente porque la afluencia bíblica de turistas ha rebasado la propia capacidad de digestión de la ciudad. Bien los saben los estudiantes, cuyos problemas para encontrar un domicilio estable compite con los alquileres breves a tarifas desproporcionadas. Por esa razón se ha precipitado un mercado clandestino que opera con extraordinaria impunidad. Y por idénticos motivos los verdaderos romanos están en extinción, se han marchado del centro. El “advenimiento” del gran jubileo implica un incremento de cinco millones de visitantes
Y no van a cambiar las cosas en los próximos meses. Todo lo contrario: el “advenimiento” del gran jubileo -un año santo que se convoca cada cuarto de siglo desde el 1300- implica un incremento de cinco millones de visitantes respecto a los 50 millones que ya recalaron en 2023. Las cifras asfixian la ciudad y la convierten en intransitable, pero es cierto que los ingresos y el impacto económico del acontecimiento turístico-místico permiten a Roma la oportunidad de restaurarse y adecentarse. Y no solo los monumentos que ahora están “empaquetados” con lonas y andamios -el arco de Constantino, el interior de San Pedro, la Piazza Navona, el Palacio Barberini…- , sino las ayudas que se han facilitado a los vecinos de la ciudad para limpiar las fachadas y armonizar el urbanismo.
El gran problema consiste en la propia resistencia de la ciudad a la afluencia de los invasores. Roma resistió a los cartagineses, a los hunos, a los vikingos y al saqueo de Carlos V. Sobrevivió a las huestes napoleónicas y a las tropas de Hitler, pero no está claro que consiga sobreponerse al ejército pacífico de los turistas. De hecho, ya se ha desfigurado la idiosincrasia de la ciudad por descomposición sociológica de la urbe. Los alquileres turísticos, la gentrificación y la llegada de extranjeros con grandes recursos económicos comprometen la esencia de la capital italiana. Es el destino de las grandes -y pequeñas- ciudades turísticas, con más razón cuando la “personalidad” de Roma se diferencia en su pasado grecorromano, su catarsis renacentista, su exuberancia barroca, su fértil arquitectura mussoliniana y su condición de capital del cristianismo. Se diferencia en su pasado grecorromano, su catarsis renacentista, su exuberancia barroca, su fértil arquitectura mussoliniana… De hecho, el año jubilar garantiza a los fieles católicos el acceso a la indulgencia plenaria.
Y predispone un sesgo de visitantes religiosos al que el Papa, en precarias condiciones de salud, responde con una agenda hipervitaminada. Incluido el acontecimiento de mayor impacto masivo en menos tiempo: centenares de miles de personas participarán en la Jornada Mundial de la Juventud entre el 28 de julio y el 3 de agosto. Fue el jubileo de Roma en 1950 el hito transformador de la ciudad. El año santo convocado entonces -a iniciativa de Pío XII- estimuló la resurrección de la ciudad después de la II Guerra Mundial. Y significó un ejercicio de autoestima que predispuso la infraestructura turística y su camino de universalidad. Transcurridos 75 años, el gran problema de la capital italiana, laziale y cristiana consiste en su propia bulimia. Y en la imposibilidad de contemplarla en horario solar o en la franja más golfa, porque ni siquiera la iluminación nocturna permite recorrerla clandestinamente.
* Escritor y periodista español, colaborador de diferentes medios generalistas españoles —Cambio 16, Jot Down, El Confidencial,y varios otros exganadero.
F/El Confidencial,