VOLCANES, HERMOSOS HERALDOS DE LA DESTRUCCIÓN

Vista de la fisura volcánica que atraviesa el monte laki. Entre junio de 1783 y febrero de 1784 emanaron por ella 12,3 kilómetros cúbicos de lava. Foto: Andreas Werth / AGE Fotostock
F/ Nathional Geographic
Mientras cada día en los informativos seguimos viendo, atónitos, cómo el volcán de la isla de La Palma continúa con furia incontrolable escupiendo lava por varias de sus bocas y causando una terrible corriente de destrucción a su paso (una destrucción que nadie sabe cuándo acabará), no podemos evitar pensar en la pequeñez, en la insignificancia del ser humano ante el poder arrollador de la naturaleza.(…)Aunque desde luego sabemos muchísimo más que nuestros antepasados sobre qué significan y cómo se desarrollan fuerzas de la naturaleza tan bellas y destructivas a la vez como las erupciones volcánicas, la verdad es que, como ellos, nos descubrimos inermes ante su imparable poder devastador
Cuando se formó, hace 4.500 millones de años, la Tierra era una bola incandescente constantemente bombardeada por meteoritos y sometida a enormes presiones en su interior. Los volcanes arrojaban lava hacia la superficie de un mundo en llamas que no reconoceríamos como nuestro aparentemente tranquilo planeta actual. De hecho, las erupciones volcánicas han sido una constante en la historia de nuestro pequeño mundo azul. (…)
Algo así debió de ocurrir por ejemplo en Tanzania, donde los investigadores descubrieron en la roca volcánica más de 400 huellas humanas, tal vez de unos veinte mil años de antigüedad. Una auténtica «instantánea en el tiempo» que abre un túnel que nos conecta directamente con los hombres, mujeres y niños que, sin saberlo, las dejaron allí.

Más de 400 pisadas humanas, y también huellas de cebras y de bóvidos, han sido halladas en la orilla sur del lago Natron, cerca del poblado de Engare Sero, en el norte de Tanzania. Los investigadores creen que las pisadas «se originaron en el material volcánico del Ol Doinyo Lengai, un volcán activo situado en las proximidades, y después fueron transportadas fluvialmente al sitio actual», según indican en un estudio publicado/ Foto: Cynthia M. Liutkus-Pierce / Liutkus-Pierce et al., 2016
También en Europa los humanos debieron de observar acontecimientos cataclísmicos que los marcarían para siempre. En la cueva de Chauvet, en Francia, un lugar que contiene algunas de las pinturas rupestres más bellas realizadas por el ser humano hace unos 30.000 años, un grupo de investigadores cree haber localizado la representación de una erupción volcánica, hecha con líneas curvas y divergentes. Sería la más antigua del mundo. ¿Es eso posible? En la zona donde se halla esta maravilla del arte rupestre hubo hace entre 45.000 y 15.000 años varios volcanes activos.
Las erupciones volcánicas nos han acompañado desde el origen de los tiempos. De hecho sabemos que en la pequeña isla de Thera, en el mar Egeo, hubo una de cráter descomunal hacia mediados del segundo milenio antes de nuestra era (los arqueólogos no se ponen de acuerdo en la fecha exacta). Tan devastadora fue que partió la isla en dos, y sus consecuencias se hicieron notar en todo el Mediterráneo.
La destrucción causada por el volcán de Thera tuvo que provocar enormes cambios climáticos y un gigantesco tsunami. De hecho se percibió, como hemos dicho, en diversos puntos del Mediterráneo, como Egipto. Precisamente en Egipto, muchos siglos después, en época ptolemaica, florecía la ciudad costera de Berenice, un importante enclave comercial a orillas del mar Rojo. Pero esta próspera ciudad fue abruptamente abandonada hacia el año 209 a.C. ¿Por qué? Los investigadores creen que una erupción volcánica catastrófica, acaecida en algún lugar del planeta, provocó una sequía tan brutal que hizo la vida imposible a sus habitantes, que tuvieron que marcharse. ¿Qué volcán pudo causar tal desastre? Los geólogos han puesto nombre a cuatro posibles culpables: el Popocatépetl en México, el Pelée en Martinica, en las Antillas, o el Tsurumi y el Hakusan, ambos en Japón.
En esta relación no podemos olvidar una de las erupciones volcánicas más famosas y «mediáticas» de la historia, la del monte Vesubio, que en el año 79 d.C. acabó con Pompeya, Herculano y otras ciudades que se asomaban a la bahía de Nápoles. Las excavaciones de Pompeya y Herculano han sacado a la luz dos ciudades romanas completas que nos han permitido observar de primera mano cómo era la vida hace dos mil años en una ciudad romana del siglo I.
El magnífico estado de conservación en que las dejó el Vesubio atrae cada año a miles de turistas ansiosos por realizar un auténtico viaje en el tiempo y visitar las tabernas, los prostíbulos y las bellas mansiones de algunos de sus más ricos habitantes.
Pero hay otra cosa que también atrae la atención de quien visita estos antiguos yacimientos: los moldes de los cuerpos y los restos de algunas de las víctimas del Vesubio, a los que el flujo piroclástico arrojado por el volcán arrasó en cuestión de segundos. Su último gesto, su última mirada, de sorpresa, de horror, nos sigue afectando a pesar del tiempo transcurrido. Tras años de excavaciones, los arqueólogos siguen sacando a la luz más cuerpos. Como los huesos de un hombre de entre 40 o 50 años descubiertos recientemente por los arqueólogos en Herculano. Su posición, mirando hacia arriba, nos indica que se giró en el último instante, tal vez para contemplar con espanto cómo la letal nube de gas y cenizas se le venía encima, imparable…

Santorini quedó envuelta en una nube de cenizas que se elevó más de 30 kilómetros en el cielo. Si alguien logró salvarse, fue huyendo en barco (como se muestra en esta simulación digital). Pero los arqueólogos dudan que nadie sobreviviese a la erupción. Reconstrucción digital: 7reasons
La erupción de un volcán nos parece, en la mayoría de los casos, un extraordinario espectáculo de la naturaleza. Y lo es. Pero debemos recordar que tras esa aparente belleza se esconde un lado oscuro. El de la destrucción y la devastación. El desastre ecológico que causa, la aniquilación de hábitats y las vidas que se lleva por delante. Muchos de nosotros tal vez recordemos la erupción del volcán de Montserrat, en el Caribe, en 1997, que obligó a evacuar la isla. En nuestra retina quedará para siempre la imagen de ciudades y personas cubiertas de una fina ceniza de color gris. La belleza de la lava de un rojo intenso surgiendo del cráter de un volcán o la espectacularidad de las plumas de cenizas que se elevan kilómetros hacia la atmósfera no debe hacernos olvidar el drama que se oculta detrás.
Como en el caso del Cumbre Vieja, cuyos impresionantes ríos de lava incandescente atraen nuestras miradas fascinadas cada noche desde la seguridad de nuestras casas, pero que han causado estragos en la economía isleña y un daño irreparable a miles de familias que pensaban que su hogar era el lugar más seguro en un mundo impredecible.
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