AIRFRANCE Y SU GASTRONOMÍA DE ALTURA CON VISTAS REALES

París vuelve a saborear el cielo desde tierra firme. Del 25 de junio al 20 de agosto de 2025, Air France instala nuevamente su restaurante efímero en la azotea de las Galerías Lafayette Haussmann, convirtiendo la octava planta de los emblemáticos grandes almacenes en una cabina sin turbulencias. Por 93 euros, los visitantes pueden disfrutar del mismo menú que la aerolínea ofrece en su clase Business de largo recorrido: platos firmados por el chef tres estrellas Régis Marcon, postres de la galardonada pastelera Nina Métayer y vinos seleccionados por el Mejor Sumiller de Francia, Xavier Thuizat. Todo servido en una escenografía que recrea la experiencia a bordo, pero con vistas reales a la Torre Eiffel.
Más que una propuesta estival, esta reapertura reafirma el poder de la gastronomía como herramienta de marca y deseo. Sin embargo, también nos enfrenta a una contradicción evidente: ¿puede considerarse inclusiva una experiencia culinaria que, tanto en el aire como en tierra, está reservada a unos pocos?
La gastronomía como motor del turismo y del relato de marca
Cada vez más, la cocina trasciende su función de alimentar para convertirse en un valor estratégico en el turismo global. Las aerolíneas lo han entendido: la comida a bordo ya no es un simple servicio, sino un argumento de identidad, diferenciación y prestigio. Air France capitaliza esa tendencia al ofrecer en tierra lo que promete en el aire, recurriendo a nombres de prestigio, recetas elaboradas y un discurso centrado en la excelencia francesa.
La experiencia que propone este restaurante pop-up no es solo un homenaje a la gastronomía, sino una operación de posicionamiento. Se trata de reforzar la imagen de la compañía como embajadora del savoir-faire francés, del lujo sobrio, del buen gusto. Y sin embargo, mientras esta narrativa seduce y emociona, plantea también una disonancia: la mayoría de los pasajeros de Air France no accede a esa experiencia.
¿Una experiencia a bordo de AirFrance solo para unos pocos?
Tal como se señala en el artículo de opinión “Volar ya no es lo que era“ la experiencia del pasajero ha cambiado profundamente. El confort, la atención personalizada y, por supuesto, la gastronomía, han quedado relegados para quienes vuelan en las clases superiores. Mientras se promocionan menús firmados por grandes chefs y postres de pastelería fina, la realidad de la clase turista es otra: comidas estandarizadas, envasadas y, en ocasiones, de pago adicional.
El restaurante efímero de Air France representa, por tanto, un escaparate. Es una promesa tangible de una experiencia que, para la mayoría, sigue siendo aspiracional. Se ofrece como una “ventana al cielo” que pocos cruzan durante el vuelo. Y es precisamente ese contraste el que hace de este evento una operación de marketing brillante, pero también una muestra de cómo el lujo se ha desplazado del aire a tierra firme, sin cambiar su lógica de exclusividad.
Gastronomía de escaparate y turismo de experiencias
La reapertura del restaurante pop-up no solo responde a una estrategia de comunicación, sino que refleja una transformación más profunda en el turismo actual: la demanda de experiencias memorables, sensoriales, diferenciales. Comer como en un avión, pero sin despegar, se convierte así en una metáfora del viaje moderno, donde la estética, la narrativa y la exclusividad importan tanto como el destino.
Air France no es la única compañía en seguir este camino, pero sí una de las que mejor ha sabido integrarlo en su imagen de marca. La gastronomía, en este contexto, no es solo un atractivo más: es un canal para contar una historia, construir deseo y fidelizar desde los sentidos.
Caribbean News Digital