LAS PROCESIONES

Por Alejandro Gallard Prio*
El mundo iberoamericano ha mantenido la tradición de las «procesiones» de la Iglesia católica durante siglos, por lo que nos extraña que haya políticos que, en su afán de controlar hasta el ritmo de las palmas, las prohíban, quizás por ver en ellas una concentración de amor al prójimo, cosa que ellos no controlan.
Las «procesiones» no tienen valor político, ya que la meta de la Iglesia es un acercamiento espiritual comunitario, sin discriminación alguna, un acercamiento con el pueblo, que siempre está en búsqueda de alegrías y convivencia con el prójimo.
Los gobiernos no poseen la mística de las religiones, lo de ellos es pragmático y está basado en resultados, ya sea de una buena o mala administración. De ello depende su crecimiento, estancamiento o desaparición. Todo esto, por supuesto, dentro del sistema democrático.
Las religiones están basadas en sagradas escrituras, viejos y nuevos testamentos que nos relatan historias de amor, tolerancia y dignidad, principios y normas en beneficio de la humanidad, en búsqueda de la paz.
En Centroamérica, Guatemala se ha llevado la palma con sus «procesiones», mejorando año con año su atractivo artístico, disciplina y participación comunitaria, pues hay competencia entre los barrios por premios y, por supuesto, por visitantes, los que benefician su economía, especialmente durante los días de Cuaresma y Semana Santa.
Para la niñez de nuestros países, las procesiones, aun fuera de la Cuaresma, son una oportunidad para integrarse. Comunitariamente, es un acontecimiento cultural libre y gratuito.
En las procesiones no hay clases sociales, es una diversión popular multitudinaria que promueve acercamiento y amistad, permitiendo esa mezcla de diversión y devoción.
Es un acontecimiento que impacta en la economía popular, o sea, las ventas al aire libre, las que deberían tener el apoyo de las municipalidades y de los organismos oficiales, pues ayuda económicamente al trabajador-empresario.
Las religiones no predican ideologías políticas, su motivación está basada en la fuerza y tranquilidad espiritual de sus oraciones, que unidas a la figura paternal del párroco, nos recuerda que nuestra felicidad está basada en la convivencia y amor al prójimo que predicó Jesús, su fundador.
Regresando a nuestro tema, las procesiones, en vez de ser prohibidas, deben ser incentivadas por los gobiernos, ya que en ellas, y especialmente en los vía crucis, con Jesús cargando su Cruz, lo que nos incentiva a luchar en búsqueda de la fuerza corporal y espiritual que necesitamos para enfrentar las vicisitudes de la vida.
Las fuerzas de seguridad que combaten el mal, los vicios y la irresponsabilidad ciudadana, deberían también promover las buenas costumbres e incentivar el gozo del ocio, ya que ello influye en el bienestar del ser humano, como es la libertad de asistir a «procesiones» donde la convivencia es primordial.
Los gobiernos deben ser pragmáticos, inteligentes, hábiles y eficaces para negociar y más importante aún, no crearse problemas innecesarios, especialmente con las tradiciones de los pueblos. Imagínense ustedes a Sevilla, Lima y Ayacucho en Perú, Guatemala y dentro de la relatividad, nuestros lindos y pequeños pueblos natales, sin sus procesiones.
*Director del Semanario el ARCHIVO
Semanario «EL ARCHIVO» «marzo 19, 2023»